A medida que se acerca 2014, la ilusión de millones de aficionados al fútbol de todo el planeta crece incesante, como cuando se acerca un eclipse para un astrónomo o una nueva película de la saga favorita de los más cinéfilos. Es una cita con la emoción, con los nervios y con el orgullo patrio. Todo lo que rodea a un gran evento internacional como será la Copa del Mundo de Fútbol de Brasil 2014, trae un aroma alegre, trae consigo la sensación de que se acerca algo grande, algo único, algo que quedará en la retina para la eternidad, trae consigo las perennes palabras que todo abuelo explicará a sus nietos: "Yo también vi el Mundial de 2014...", y para esos nietos, nombres como Messi, Cristiano Ronaldo o Iker Casillas serán prácticamente desconocidos.
Una cita mundialista conlleva cambios en el país en el que se celebra. Es bien cierto que, a largo plazo, los beneficios son notables, como sucediera, aunque parezca que fuese ayer, hace ya tres años con Sudáfrica.
Pero, como si sumásemos Júpiter a Saturno, al Mundial de Fútbol de 2014 se suman los Juegos Olímpicos de 2016 en Rio de Janeiro. Podríamos decir que los dos eventos mundiales más grandes se juntan con una diferencia de 2 años en un país en vías de desarrollo, como es Brasil.
¿Hasta qué punto un país con 50 millones de personas viviendo bajo el umbral de la pobreza y con casi 20 millones viviendo en la pobreza extrema, es decir, con menos de 27€ al mes, es capaz de absorber no uno, sino dos eventos de tal magnitud?
Detrás de los optimistas datos que siempre ofrece el gobierno de turno para justificar la celebración de un evento de esta talla, se esconden otros datos que no suelen salir tan fácilmente a la luz, y Brasil no es una excepción.
En la ciudad de Sao Paulo, 70.000 familias, unas 170.000 personas, han sido desalojadas a consecuencia de las obras de preparación para el Mundial de Fútbol.
El Mundial y las Olimpiadas están justificando una aceleración de la expulsión de la población local de áreas estratégicas, violando el derecho a la vivienda, en muchos casos degradando antes los barrios para conseguir la aceptación popular de estas intervenciones.
Los "incentivos" al abandono de la zona son sutiles, pero no dejan duda: primero les cortan la luz, luego empiezan los rumores de desalojo. Inseguridad, amenazas, informaciones falsas, cortes en los servicios básicos y presión política son habituales en estas zonas.
Por otra parte, los obreros que construyen el estadio de Maracaná han llevado a cabo varias huelgas como protesta por las malas condiciones salariales y de seguridad que se les ofrece.
Además, a pesar del gran despliegue de medios que se realiza en citas de talla mundial, la seguridad es un aspecto preocupante, ya que Brasil tiene un índice de criminalidad y delitos bastante elevada, sobretodo la ciudad de Rio de Janeiro.
Estos son solo algunos de los "desajustes" que sufre Brasil tan sólo un año antes de que inicie la Copa del Mundo de Fútbol. Y es que detrás de toda la parafernalia que conllevan eventos como el Mundial o los Juegos Olímpicos, quedan familias rotas, obreros despojados de su dignidad, y gente sobreviviendo con menos de 1€ al día a los que poco importa que la Copa del Mundo la acabe ganando Brasil, España o Australia.
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