Tan solo cuatro meses después de su inauguración, apareció un fenómeno que aún no se había dado, y que no se había previsto a la hora de construír el puente. Un poco de viento. Sí. Un poquito de viento. El 7 de noviembre de 1940, soplaba un viento de 68 km/h, que impactaba de forma lateral con el puente. La novedad fue que esta vez la resonancia se producía de forma transversal, y provocaba que el puente se retorciese. A las 11 de la mañana, después de horas de fuertes torsiones, el puente colapsó, quedando en pie tan solo los pilares.
El puente de Tacoma es ejemplo de un gran número de fallos de ingeniería. Se obvió la resonancia longitudinal, y ni siquiera se pensó en el efecto que podía causar el viento, que aumentó debido a la flexibilidad de los materiales utilizados, y la poca robustez de las vigas. Desde entonces, siempre que se construye un puente, se somete una construcción a escala a la prueba del túnel de viento. Milagrosamente, el derrumbe del puente de Tacoma Narrows no provocó una sola víctima mortal.
Una década después se construyó un nuevo puente, que hoy en día se sigue utilizando. Esta vez sí, se tuvo en cuenta el efecto del viento.
En el vídeo vemos los movimientos longitudinales y los transversales que acabaron con el derrumbe del puente.
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